lunes, 10 de diciembre de 2012

SACANDOLE "VIRUTA" AL ADOQUIN

Una de las cosas más pintorescas de Buenos Aires son sus adoquines. 

Aquellos cubitos imperfectos que hacen que el "tachero" avispado vaya por otra calle para no romper el tren delantero del auto...  
Aquel patrimonio vendido para revestir algunas entradas de residencias importantes...

Pero... cual es la historia del "adoquin"?

En el año 1888 el municipio porteño firmó un contrato con la Sociedad Franco-Argentina de afirmados de madera, para tapizar 200 cuadras a razón de 7,70 pesos oro el metro cuadrado. El 10% de ese valor de adoquin estaba destinado a la manutención del adoquinado durante 10 años por parte de la constructora.

En vez de recurrir a la piedra de Colonia (Uruguay), se prefirió la madera, algo que no se encontraba en Buenos Aires. Los adoquines fueron de pino de Suecia y de las Landes, de 20 centímetros de largo, asentados sobre una base de hormigón de piedra y cemento de Pórtland.
Pero hubo un problemita: la madera resultó de baja calidad y el plan fracasó.
Luego aparecieron los adoquines de piedra.
A comienzos de los 1900, las exportaciones suecas estaban en pleno aumento pero todavía no había una demanda suficiente para llenar los barcos que llegaban a América del Sur.
 

El propietario cada buque traía productos para comercializar por su cuenta, corriendo el riesgo de no poder vender nada en el puerto de destino.
Los productos suecos más fáciles de colocar en el mercado eran el hierro y los artículos de madera, pero también se vendían muebles de hierro fundido, herramientas, cerveza rubia y negra, ponche (destinado a los “sedientos” suecos que vivían en el exterior), botellas de vidrio y alquitrán.

Como en los barcos sobraba lugar, esto motivó que se llevaran piedras.
El granito de Bohuslän se usó no sólo como basamento del puerto sino también para construir un rompiente de olas cerca del Yacht Club Argentino en la Dársena Norte.

Los adoquines suecos eran rosados y pequeños en contraste con los que en algún momento aparecerían provenientes de la prisión de Martín García, toscos, grandotes y grises. Estos últimos son los que perduran en nuestra querida Buenos Aires.

Como siempre, Metejon de Barrio le saca viruta al adoquín!


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lunes, 10 de diciembre de 2012

SACANDOLE "VIRUTA" AL ADOQUIN

Una de las cosas más pintorescas de Buenos Aires son sus adoquines. 

Aquellos cubitos imperfectos que hacen que el "tachero" avispado vaya por otra calle para no romper el tren delantero del auto...  
Aquel patrimonio vendido para revestir algunas entradas de residencias importantes...

Pero... cual es la historia del "adoquin"?

En el año 1888 el municipio porteño firmó un contrato con la Sociedad Franco-Argentina de afirmados de madera, para tapizar 200 cuadras a razón de 7,70 pesos oro el metro cuadrado. El 10% de ese valor de adoquin estaba destinado a la manutención del adoquinado durante 10 años por parte de la constructora.

En vez de recurrir a la piedra de Colonia (Uruguay), se prefirió la madera, algo que no se encontraba en Buenos Aires. Los adoquines fueron de pino de Suecia y de las Landes, de 20 centímetros de largo, asentados sobre una base de hormigón de piedra y cemento de Pórtland.
Pero hubo un problemita: la madera resultó de baja calidad y el plan fracasó.
Luego aparecieron los adoquines de piedra.
A comienzos de los 1900, las exportaciones suecas estaban en pleno aumento pero todavía no había una demanda suficiente para llenar los barcos que llegaban a América del Sur.
 

El propietario cada buque traía productos para comercializar por su cuenta, corriendo el riesgo de no poder vender nada en el puerto de destino.
Los productos suecos más fáciles de colocar en el mercado eran el hierro y los artículos de madera, pero también se vendían muebles de hierro fundido, herramientas, cerveza rubia y negra, ponche (destinado a los “sedientos” suecos que vivían en el exterior), botellas de vidrio y alquitrán.

Como en los barcos sobraba lugar, esto motivó que se llevaran piedras.
El granito de Bohuslän se usó no sólo como basamento del puerto sino también para construir un rompiente de olas cerca del Yacht Club Argentino en la Dársena Norte.

Los adoquines suecos eran rosados y pequeños en contraste con los que en algún momento aparecerían provenientes de la prisión de Martín García, toscos, grandotes y grises. Estos últimos son los que perduran en nuestra querida Buenos Aires.

Como siempre, Metejon de Barrio le saca viruta al adoquín!


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